TIENES UNA HERENCIA

Hablemos un minuto acerca de tu herencia. Porque ciertamente, se te ha prometido una. Eres hijo de Dios. Tienes todo lo que necesitas para ser todo lo que Dios quiere que seas. Dios ha depositado en ti sus recursos divinos.

¿Necesitas más paciencia? La tendrás. ¿Necesitas más gozo? Pídelo. ¿Te queda poca sabiduría? Dios la tiene en abundancia. Hazle tu petición. ¡Tu padre es rico! Como escribió Pablo: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman» (1 Corintios 2:9).

Tu imaginación es demasiado tímida para comprender el sueño que tiene Dios acerca de ti. Él está allí, junto a ti, en el lado oriental del río Jordán. Con un gesto, te señala la vastedad de Canaán. Y te dice lo que le dijo a Josué: «Sé fuerte y valiente» (Josué 1:6), porque esta es tu herencia.

Todo lo que tuvieron que hacer Josué y el pueblo fue confiar en la promesa de Dios. Y Josué confió… pero ellos no. Fue una mala decisión que causó un castigo de cuarenta años de prueba. Dios permitió que su pueblo deambulara por el desierto durante toda una generación. Después de la muerte de emos, Josué se convirtió en el líder de esa generación. Dios le volvió a ofrecer la tierra prometida a Josué.

Por lo general, pensamos que Josué tomó la tierra. Sería más preciso decir que Josué le tomó a Dios la palabra. Cierto, Josué tomó la tierra. Pero lo hizo porque confió en la promesa de Dios. Esta fue el gran logro del pueblo hebreo: vivió de su herencia. De hecho, esta historia termina con la siguiente declaración: «Después de todo esto, Josué envió a todo el pueblo a sus respectivas propiedades» (Josué 24:28).

¿Qué tal si tú hicieras lo mismo, si te decidieras por tu herencia, en lugar de acobardarte ante tus temores y tus circunstancias? ¿Desaparecerían todos tus desafíos? Los de Josué no desaparecieron. Persona él conoció más la victoria que la derrota. Y a ti también te puede suceder lo mismo.

¡Tú compartes la misma herencia que Cristo! Tu porción no es una suma ridícula. ¡Tu porción es la porción de Jesús! ¡Todo cuanto Él tiene, tú también lo tienes! El pueblo de la promesa cree en la abundancia de los recursos sobrenaturales. ¿Y acaso no los necesitamos? ¿No estamos propensos a que se nos agoten?

¿Con cuánta frecuencia te encuentras pensando cosas como «¿Se me acabaron las soluciones», o «Yo no puedo arreglar esto»? Comprende cuál es tu lugar en la familia. Tú no te acercas a Dios como un extraño, sino como un heredero de la promesa. Te acercas al trono de Dios, no como un entrometido, sino como un hijo en el cual habita el Espíritu de Dios. Eres heredero junto con Cristo de los bienes de Dios. Él te dará lo que necesites para enfrentarte a los retos de la vida.

Por eso, confía en las grandes promesas de Dios. Escoge la esperanza, no la desesperación. Tú eres una nueva persona… ¡Vive como lo que eres!

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